Después de más de 30 años de búsqueda he descubierto la fuente de todas las cosas, y lo mejor de todo es que lo he sabido desde siempre: la fé. Es muy interesante reconocer que la fé mueve montañas, sin embargo, mi experiencia y relación con la espiritualidad me han mostrado que para recibir hay que saber pedir.
No he buscado en específico fuera de mí, he tratado de ver hacia adentro: You got to get in to get out -lo aprendí en 1992; sin embargo la búsqueda en específico se clarificó hacia el fin del milenio. Fue la última vez que subí el quemado desde el Mastranto, con Mishan, cuando entendí que lo que yo buscaba no era más que la paz interior. La paz interior, según la planteaba, significaba no estar en estado de zozobra y permanecer en bienestar. Más aún, después de un par de idas y venidas, y a casi diez años de nuevo milenio, me percato que la paz interior es el equilibrio y la dirección propia de las fuerzas cósmicas.
Permanecer en la ilusión y conocer de geomancia, de proyecciones astrales, de viajes en el tiempo; asistir a la fuente misma del conocimiento sin previa cita. Rezar en cualquier templo al mismo dios. Imaginar el mundo en un grano de arena. Transportarse en esencia a través del espacio. Intercambiar ideas con el desierto. Reir de simple gozo. Apreciar la belleza en su más íntimo filamento. Discernir los sueños del mundo. Aprender a llorar por un animal. Confesarse comprometido con todos los padres de todos los niños.
La realidad no sabe a nada. Es la lengua la que la percibe. Sin duda he aprendido mucho en estos años. Sin duda sé que moriré tarde o temprano, pero estoy convencido que mi fé me hace ser quien soy. Creo en mí, creo en tí, creo en dios. Creo en el centro galáctico como creo en tus sueños. Creo en mi inspiración como creo mis propios senderos. Vivo la vida con el instante afianzado. Vivo hoy -después de más de 30 años.
Ho Mitakuye Oyasin – Estamos íntimamente relacionados!
